martes, 20 de septiembre de 2011

Quién te dijo que yo podría soportar ese dolor?

Largo tiempo sin quedarme en esta sala a pesar de transitar  por ella todos los días. Explicación? Ninguna razonable. Creo que me la pasé pensando  qué decir. Habiendo tanto que comentar, el manternerme a buen recaudo, en silencio, me sonaba menos arriesgado. Me leo absurdo,  más que eso, necio, pero es lo que hay no mas.

Así estuvieron las cosas hasta hoy y,  como parece mas lógico caminar derecho por este mundito de espanto, que el tratar de encontrarle trece pies a un gato que, sabemos positivamente, solo tiene cinco, me senté frente a mi incapacidad. Me puse delante de  una realidad de la que raras veces me logro evadir y me propiné un puñetazo en la nariz. Qué otra cosa es esto?

Un chiquillo de veintitrés años se mató en la madrugada del sábado. Se empotró contra un poste,  de madrugada, en su auto, con su hermano  adentro. Así de simple. En pocos segundos una familia entera se suma a la larga lista de víctimas de la irresponsabilidad. Un chico como cualquiera de los nuestros,  que se sintió con el mundo en sus manos. En sus pies. En la cabeza llena de trago o en las ganas de vivir aceleradamente. Nunca lo sabremos con certeza.

No quiero faltar el respeto a la memoria del hijo de unos padres que sin dudas estarán devastados. Igual quedé yo, sin conocerlo. Que esto por favor quede claro.

Mi reflexión viene de la mano del terror. Ese compañero  inseparable que tengo desde que mis hijos salen de noche y toman, igual que yo. Un infeliz con el que voy a la cama todos  los jueves "goticos". Esta compañía irremediable que descansa sobre la preocupación de un padre que también tuvo 20 años y al que no le es extraño eso de "...pero Papaaaaa!!!!!..."

Al día siguiente de este accidente, comentando la tragedia  con el menor de mis hijos (20) fui violento. Furibundo, lo grité como si  fuera el culpable. También  grité al chico que había muerto la noche anterior. No pude diferenciarlos.  Pero, por qué habría de haberlo hecho, si pudo ser el mio? Debo acaso agradecer a Dios que en esta oportunidad se salvó? que me salvé yo?  Será entonces hasta la próxima? No pues.

Qué difícil explicarle algo a sabiendas de que estoy descalificado a priori por el solo hecho de operar el oficio. Esa carrera sin títulos ni prácticas  de la que me gradué el mismo día en que el nació.

Qué hacer entonces? Todo ha pasado por mi cabeza en  horas de espera. Podría llenar esta y cien páginas más de alternativas, ideas  y todo tipo de artilugios para evadir lo que a todas luces es mi única solución: entender que la solución no la tengo yo.

No tengo mas arma que el hacerle sentir que mi vida no tiene sentido sin él.

Lo entenderá?

Hasta un momento menos infeliz.

Juan Carlos Fisher Tudela